viernes, 19 de febrero de 2010

Experiencias místicas, dios y religión.

Lo místico es la fuente de toda ciencia verdadera
Albert Einstein

I. LAS EXPERIENCIAS MISTICAS


La palabra mística viene del griego myein: “encerrar” y de ahí deriva en mystikos: “cerrado arcano, misterioso”.

Una de las acepciones del Diccionario de la Real Academia Española para la palabra misticismo es: “Estado extraordinario de perfección religiosa, que consiste esencialmente, en cierta unión inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente de éxtasis y revelaciones.”



Dicha acepción alude a varias características que la neurobiología considera propias de la activación de ciertas partes del cerebro: estado extraordinario o difícil de alcanzar, inefabilidad o incapacidad de describir la experiencia con palabras, sensación de unión con lo divino (sentirse uno con la totalidad), conectada con la parte emocional, cualidad noetica de intuición de verdades universales, es decir, sensación no intelectual de comprender profundamente ciertas cosas como si fuesen verdades incuestionables.

La experiencia mística está en la base de la conciencia humana acerca de lo sagrado y es responsable de forma directa de la creación del concepto de Dios y de religión, sin embargo, sorprende que en la historia de la filosofía y de la ciencia haya sido relegada a mera experiencia subjetiva indemostrable.



II. LAS EXPERIENCIAS MISTICAS Y EL CONCEPTO DE DIOS.

En el origen fue la experiencia mística.

Los primeros seres humanos con una mentalidad más emocional que racional (capacidad que se desarrolló más tarde) y una relación de unión indisoluble con la naturaleza tuvieron de forma espontánea experiencias místicas (ver post "La esencia de las prácticas espirituales).

Sin embargo ¿cómo podemos llegar al concepto de dios desde una experiencia de trascendencia?

Desde ese estado primitivo el ser humano comenzó a desarrollar su capacidad lingüística y con ella la parte discursivo-racional de su cerebro, por tanto, comenzó a tener otras necesidades: dar una explicación a sus experiencias no sólo místicas, sino de relación con el mundo. Su lado izquierdo del cerebro se iba desarrollando y con él su concepción del espacio y el tiempo, la relación de causa y efecto y la propia percepción de si mismo.

Surgen las primeras explicaciones del mundo en las que se proyectan cualidades humanas a los fenómenos de la naturaleza (mitos). De los mitos, pasamos a la filosofía. Del mundo lleno de dioses al mundo lleno de principios y finalmente llegamos a un concepto único y unívoco de divinidad.

La experiencia mística muestra un estado excepcional de conciencia totalmente alejada del resto de experiencias humanas que se ha relacionado con experiencias de divinidad. Sin embargo, de la existencia de estas experiencias no puede deducirse la existencia de dios. De hecho, hay culturas que han experimentado lo trascendente sin hacer ningún tipo de referencia a la divinidad, como es el caso del budismo.

Pero, son los únicos datos empíricos de los que disponemos acerca de lo sagrado. De otro modo, nunca hubiésemos podido siquiera imaginar el concepto de dios.

En la historia de la filosofía se han descalificado estas experiencias por estar insertas en el campo de la subjetividad humana y no ser comprobables. Pero lo que la ciencia muestra hoy, es que esas experiencias son reales ya que se activan zonas del cerebro muy concretas que no se utilizan para otras experiencias.

Y lo que es más importante que, parafraseando a Aristóteles “la divinidad se dice de muchas maneras”. Toda religión es interpretación. Las experiencias místicas y el cerebro son los mismos para todas las personas, sin embargo, cada una de ellas interpretará su unión con lo sagrado de una forma distinta según su contexto cultural. Como en el experimento de Persinger, los cristianos verán a Jesús, los musulmanes a Mahoma y los ateos, se iluminarán. ¿No estaría apuntando esta cuestión al hecho de que es más importante la experiencia mística que el concepto de dios?




III. LAS EXPERIENCIAS MISTICAS Y LAS RELIGIONES.

En el origen de las grandes religiones también se encuentra la experiencia mística: un personaje histórico que tras una visión de trascendencia ofrece una reinterpretación del mundo y una forma de comportamiento.

En el caso de Buda su mensaje consistía en que todos los seres se encaminasen hacia la consecución de dicha experiencia. Como ser humano iluminado afirmaba que todas las personas pueden conseguirlo si siguen unas determinadas pautas en sus vidas. Está pues, orientado directamente hacia la experiencia mística sin la intervención de ningún tipo de divinidad.

Aunque el mensaje de Jesús, era muy similar, la interpretación que posteriormente ha hecho la institución eclesiástica, diviniza su figura. Ya no es el hombre sabio y digno que consiguió la experiencia de trascendencia por sí mismo, sino el elegido, el hijo de dios, que no vino al mundo a través del acto sexual como todas las personas sino que nació de una mujer virgen. El ejemplo humano se hace trascendente, y por tanto, inalcanzable, no es posible identificarse con él. Incluso la propia iglesia ha quemado en la hoguera o tachado de herejes a muchos místicos. La idea de dios se convierte en algo más importante que la experiencia de lo divino. Y las consecuencias históricas que ha tenido la defensa ciega de esta idea, ya las conocemos y desgraciadamente las seguimos viendo cada día.

Desde mi punto de vista, las religiones teístas han perdido su objetivo: el de alcanzar la experiencia mística. Las religiones deberían ser una camino desde el que conseguir la unión con la totalidad, no olvidemos que el término religión viene de religare que significa unión.

Sin embargo, en lugar de ello se dirigen a los valores de identidad, cohesión social y de organización de la moral. Se han presentado, no tanto como religiones (medios para llegar a lo divino) sino como filosofías que organizan y trazan un sentido y exigen normas de comportamiento. Han sido desarrolladas por seres que no tenían ningún tipo de contacto con lo místico y en tanto que “racionales” se han separado de las vías para el contacto con lo divino (recordemos que la parte lógico-discursiva del cerebro debía ser inhibida para conseguir la experiencia mística).

En palabras de William James: “en cierta forma la religión personal vendrá a demostrar que es fundamental en mayor medida que cualquier teología o sistema eclesiástico. Las iglesias, una vez establecidas, viven por tradición de segunda mano, pero los fundadores de cada iglesia debían originariamente su poder a su comunión personal directa con la divinidad. No solo los fundadores sobrehumanos (Cristo, Buda, Mahoma), sino también los creadores de sectas cristianas que han experimentado esta situación”. (“Las variedades de la experiencia religiosa”).



Creo que deberíamos hacer una distinción en las religiones: por un lado las técnicas y maneras de obtener una experiencia mística (para las que la razón, desde el punto de vista neurobiológico ha de ser suprimida) y por otro lado, la filosofía religiosa como explicación del mundo y contexto desde el que dar interpretación a la experiencia mística (para lo cual es necesario el uso de la razón y la evolución de las interpretaciones en función de los avances científicos y sociales).

Por esa razón creo que existe un auge de algunas tradiciones orientales. Son filosofías que dan mayor importancia a las prácticas para alcanzar la experiencia mística que al marco cultural o teórico que las rodea. Para usar sus prácticas ni siquiera es necesario compartir sus creencias.

Lo que seduce a occidente es la experimentación de lo místico a través de la meditación, el yoga o las artes marciales porque en nuestra tradición, los medios para alcanzar la trascendencia se han alejado demasiado de nuestras vidas cotidianas o están relacionados con conceptos que la razón científica ha desechado. ¿Cuántas de las personas que se llaman a sí mismas cristianas rezan cada día?, ¿cuántos los que no estamos de acuerdo con la filosofía cristiana podríamos rezar el padrenuestro simplemente como un mantra sin sentir un rechazo interior a lo que estamos haciendo?

Creo que las sociedades occidentales están más necesitadas de experiencias místicas que de religión. Ya no podemos simplemente creer en algo que está escrito. Nuestra tradición científico técnica nos ha enseñado a que es preciso “ver para creer”, necesitamos experimentar por nosotros mismos. No nos sirve con pensar que dios existe, necesitamos sentir su naturaleza.

El peso de la historia en nuestra tradición judeocristiana y las afirmaciones retrógradas de muchos católicos de nuestra sociedad hacen que a la mayoría de las personas (sobretodo las más jóvenes) les produzca alergia oír la palabra religión o dios. Pero todos necesitamos la espiritualidad tenga el nombre que tenga. La necesitamos porque forma parte de nosotros, porque tenemos estructuras neuronales específicas para ello.

Por tanto, creo que las religiones han de ser superadas, o ser utilizadas sólo como medios para alcanzar la experiencia de trascendencia lo que nos aportará un mayor uso de nuestras capacidades cerebrales y finalmente un comportamiento más ético con el resto de los seres (que es otra de las consecuencias de la experiencia mística).

martes, 16 de febrero de 2010

La esencia de las prácticas espirituales

Todas las tradiciones espirituales tienen diversos métodos para conseguir la experiencia mística: oraciones, mantras, meditaciones, danzas, drogas, ejercicios físicos, ritos sexuales… sin embargo hay un objetivo común en todos ellos: conseguir centrar nuestra atención de tal modo, que cese el pensamiento.

De igual modo, no se trata de conseguirlo únicamente durante el tiempo que dura la práctica, sino que ha de extenderse poco a poco a la totalidad de nuestra vida.
De nada sirve meditar una hora al día, si no incorporamos ese estado de atención al resto de nuestras actividades. Cualquier cosa que hagamos es una meditación si ponemos en ello atención plena.

Todos hemos experimentado alguna vez un característico estado de paz y alegría interior después de haber estado inmersos en una actividad que necesitaba de nuestros cinco sentidos. Muchos escaladores y otros deportistas de riesgo, reconocen que lo hacen por la sensación placentera que tienen después de practicar su actividad que, debido a la dificultad o el peligro, exigía de ellos la máxima concentración.

Pero para conseguir ese estado de serenidad no es necesario subir al Everest, conducir a 300 kilómetros por hora, ni recluirse en un monasterio a meditar. La paz interior es el resultado de la atención, no tiene nada que ver con la práctica en sí misma.

LA EXPLICACIÓN POR PARTE DE LA NEUROBIOLOGÍA
La neurobiología ha centrado su atención durante los últimos años en el
estudio de la experiencia mística. Desde entonces, cada vez más científicos se han dedicado a la “neuroteología”, el estudio de la neurobiología de la religión y la espiritualidad.

Lo que todas las nuevas investigaciones comparten es una pasión por descubrir las bases neurológicas de las experiencias místicas y espirituales.

En la neuroteología, los neurólogos y psicólogos intentan descubrir qué regiones se activan y desactivan durante la experiencia que parece existir fuera del espacio y del tiempo. De esta forma se diferencia de las investigaciones rudimentarias que se realizaron durante la década de los cincuenta y sesenta que determinaron que las ondas cerebrales cambiaban durante la meditación. Pero esas investigaciones no decían nada acerca de por qué cambiaban las ondas o qué regiones específicas del cerebro eran las responsables de ese cambio. Por otro lado, las investigaciones recientes se basan en tratar de identificar los circuitos cerebrales que tienen mayor actividad durante la experiencia.

En el año 1983, el psicólogo Michael Persinger sugiere que, en efecto, las vivencias religiosas y místicas son debidas a la estimulación espontánea del lóbulo temporal y de sus estructuras límbicas, dado que cuando éste es estimulado por procedimientos electromagnéticos (como hizo él con más de mil personas) se producen una serie de síntomas frecuentes en los estados místicos: impresión de estar fuera del cuerpo, sensaciones vestibulares, como viajar a través del tiempo o del espacio, alucinaciones auditivas tales como voces atribuidas a Dios u otros seres espirituales, alteraciones perceptivas, como luces brillantes, sensaciones de paz, tranquilidad, etc.

Tras esas inducciones electromagnéticas, cada una de las personas del estudio ofreció su interpretación acerca de lo que había visto: los católicos veían a Cristo o a la Virgen María, los musulmanes a Mahoma, los ateos hablaban de extraterrestres o experiencias de iluminación…



El Dr. James Austin, un neurólogo, cree que para tener una experiencia mística y espiritual, ciertos circuitos cerebrales deben ser interrumpidos. Concretamente la actividad en la amígdala, que percibe el ambiente y registra el miedo, los circuitos del lóbulo parietal, que nos orientan en el espacio y marcan distinción entre lo propio y el mundo (dualismo)y los circuitos frontales y temporales, que marcan el tiempo y generan autoconciencia (ego).




Es decir, para que los circuitos neuronales responsables de la experiencia mística puedan activarse es necesario que otros se inhiban: principalmente la actividad del hemisferio izquierdo del cerebro responsable de los juicios y de la concepción dualista del mundo, nuestro sentido del tiempo como pasado y futuro y nuestra imagen de nosotros mismos.

Y eso es justamente lo que conseguimos cuando centramos nuestra atención en el momento presente.


LA VUELTA AL PARAISO

Según decía Schleiermacher en su obra “Sobre la religión”, la esencia de lo místico no consiste ni en pensar ni en obrar, sino en la intuición y en el sentimiento. Es una actitud que se caracteriza por la pasividad “infantil” ante el misterio inefable del Universo.

El antropólogo Lucién Lévy-Bruhl decía que una de las características de la mentalidad del ser humano en sus estadios mas primitivos era precisamente esa pasividad infantil de unión, la “participación mística” con la naturaleza.

Los pueblos primitivos ágrafos apenas tenían desarrollada la parte del cerebro que hoy consideramos analítico-discursiva. D’Aquili afirma que la zona cerebral encargada del lenguaje es la misma que la que opera la concepción dualista del mundo (una de las partes que se inhiben durante la experiencia mística). Por tanto, podemos concluir que para estos primeros seres humanos era relativamente sencillo tener este tipo de experiencias. Su visión del mundo era, desde el punto de vista neurológico, más emocional. Seria algo similar a lo que ocurre en los recién nacidos, durante los primeros dos o tres años de vida no tienen conciencia de separación del cuerpo de la madre, percepción que se va desarrollando al mismo tiempo que la capacidad del lenguaje.

Esta idea, nos inspira una nueva forma de interpretar el mito de Adán y Eva: la vida en el paraíso ilustraría esa participación mística con la naturaleza propia de los pueblos primitivos. Sin embargo, la serpiente (símbolo de la energía de la evolución en toda la cultura oriental: la kundalini), condujo a las personas a comer del árbol del “ reconocimiento del bien y del mal”, es decir, al desarrollo del pensamiento dualista. La propia evolución del cerebro humano nos arrojó del paraíso.
Fue un momento imprescindible para la evolución. La parte analítica de nuestro cerebro nos ha permitido adaptarnos y sobrevivir de una forma totalmente distinta al resto de los seres de la tierra, sin embargo, esa herramienta excepcional ha tomado el poder sobre nosotros de manera que nos identificamos con ella casi exclusivamente. Y es lo que nos impide, la vuelta al paraíso.

ATENCIÓN Y PRESENCIA
El mercado espiritual está lleno de prácticas que nos ofrecen la paz a cambio de disciplina, de comprar este u otro libro, de seguir a un maestro, de ir a determinados países o incluso de elegir cierto tipo de ropa. Seguimos el impulso innato de buscar la unión con el universo, de volver a nuestra esencia originaria y ha sido siempre así a lo largo de la historia, aunque hayamos tratado de buscarla en lugares imposibles: en el amor apegado, en el sexo, el poder, el consumo, las drogas, la religión…

Pero lo que la neurobiología y muchas tradiciones espirituales apuntan, es a que sólo puede conseguirse a través de la atención y la presencia. Por tanto, habría sólo una práctica espiritual enfocada desde múltiples puntos de vista: el yoga busca la presencia desde el reconocimiento del cuerpo energético a través de posturas y movimientos, en el tantra el contacto sexual se realiza a través de la presencia para aunar las energías femenina y masculina, la meditación se basa en la presencia pura desde la observación del pensamiento, los mantras y oraciones desde la vibración verbal… y un infinito etcétera.

El problema de las prácticas es que si se realizan sin comprender su esencia, es fácil que se conviertan en un hábito repetitivo e incluso, contraproducente, ya que todo lo que te aleje de la presencia y de tu propia comprensión es nocivo. De igual modo, la mayoría de las prácticas te ofrecen un “camino de perfeccionamiento”, “una forma de llegar a la iluminación”… eso implica por una lado, que la iluminación o la perfección están en el futuro (recordemos que la capacidad de reconocer el espacio y el tiempo está en una de las zonas cerebrales que debía ser inhibida); y por otro lado, que la perfección y la iluminación están fuera de ti, no forman parte de ti, no son tu propia esencia.

Por tanto, la cuestión no es seguir una práctica o no, sino la actitud y la
consciencia que se tenga. Del mismo modo, la práctica espiritual por excelencia es estar presentes siempre que nos sea posible en nuestra vida. Estar con los cinco sentidos en un lugar, en una situación. Atentos a lo que sucede, a lo que se oye, se huele, a nuestras palabras, a nuestros hábitos, a los pensamientos que tenemos, a las emociones derivadas de esos pensamientos…

La vida es nuestro material. Las prácticas no deberían alejarnos de la vida, sino imbuirnos en ella de una forma más consciente.

Cuando pensamos en el pasado, en el futuro, cuando proyectamos… permanecemos en el ámbito del pensamiento que no es real. Cuando intentamos defender nuestro personaje, nos alejamos de lo real, cuando en lugar de escuchar atentamente a la persona que tenemos enfrente, estamos más ocupados en lo que vamos a decir o en la imagen que queremos dar, no hay realidad, no hay presencia. Cuando no damos lugar a la espontaneidad en una situación porque buscamos que la realidad se amolde a nuestro pensamiento, a lo que queremos o no queremos… nos alejamos del paraíso.

Estos son hábitos de comportamiento que hemos ido adquiriendo desde pequeños, es difícil deshacerse de ellos ya que no conocemos otra forma de estar en el mundo, sin embargo, el trabajo en la presencia nos va ofreciendo la posibilidad, poco a poco, de romper el condicionamiento.

A medida que se practica, los momentos en los que estamos presentes son cada vez más largos, y tras experimentar una nueva dimensión de la realidad plena de belleza y matices que siempre nos habían pasado desapercibidos, encontramos la paz. Nos convertimos en observadores de nuestras vidas: de nuestros pensamientos, emociones… de modo que nada de lo que nos pueda ocurrir consigue alterar ese trasfondo de serenidad.

LA PRÁCTICA DE LA PRESENCIA
Cuando caminamos por la calle, cuando comemos solos, cuando hacemos las tareas domésticas… la mente tiene tal control, que nos mantiene absortos, de modo que no nos fijamos ni en lo que pasa en la calle, ni saboreamos la comida e, incluso, somos capaces de meter el suavizante en la nevera. Nuestros ojos ven, nuestros oídos oyen… pero no somos conscientes de ello porque sólo percibimos nuestro propio diálogo mental. Imágenes del pasado,proyecciones para el futuro y esa eterna vocecilla: “esto me gusta, esto no me gusta, quiero eso, quiero lo otro…”

Estar presente es estar atento. Es conectar los cinco sentidos. Es sentir todo el cuerpo (y no sólo la cabeza) desde dentro. Es observar sin juicio. Observar lo externo y lo interno. La función de la mente es el fluir de pensamientos, no es posible pararlos, el mito de dejar la mente en blanco es sólo sustituir unos pensamientos por otros (el pensamiento del color blanco), pero seguimos estando en el plano mental. La única forma de salirnos es observar lo que pensamos, lo que sentimos, nuestras reacciones, nuestras palabras… porque ¿quién es el observador?, ¿quién siente?, ¿quién percibe?...

La respiración es una de las herramientas más útiles para conectarnos con la presencia. Respira y siente todo tu cuerpo. Observa y escucha con cada una de tus células. Si te despistas y vuelves al pensamiento, no pasa nada, sólo el hecho de darnos cuenta de que no estábamos presentes, es presencia. De ese modo el paseo, la comida o el hecho de lavar los platos se convierten en experiencias totalmente nuevas y fascinantes. Si consigues mantenerlo unos minutos, comprobarás, maravillado, que estás lleno de paz.

Esto se puede realizar como ejercicio a lo largo del día. Sin embargo resulta increíblemente útil para el trabajo con las emociones. Cuando observas una emoción, sin catalogarla, sin ponerle nombre, sin alimentarla con pensamientos del pasado o del futuro, se convierte meramente en una vibración física que termina diluyéndose. Las emociones son energía, si nos dejamos llevar por las imágenes, la emoción se hace más fuerte y eso al mismo tiempo, intensifica el patrón mental, de manera que puedes verte preso de una situación sin saber cómo salir de ahí.

Pero si observamos la emoción sin pensamientos, esa energía puede ser transmutada en serenidad. Cuando aceptamos la emoción y nos entregamos a ella sin juicio de la mente, nos estamos abriendo a una nueva dimensión de nosotros mismos.

De igual modo, a veces proyectamos situaciones en nuestra mente que nos provocan emociones de las que nos alimentamos. El problema no reside en hacer planes en sí mismo (esa es una capacidad de nuestra herramienta mental que podemos aprovechar), sino en regodearnos en las emociones que nos provoca nuestra propia imaginación. Eso nos aleja del momento presente, nos impide reconocer la realidad que sucede mientras imaginamos y nos mantiene presos del círculo pensamiento-emoción produciendo al ego una falsa seguridad.

No hay mayor práctica espiritual que caminar por la vida con plena consciencia, aceptación y presencia. Sólo desde ese lugar es posible reconocer nuestra auténtica naturaleza, el estado más profundo del ser.