Todas las tradiciones espirituales tienen diversos métodos para conseguir la experiencia mística: oraciones, mantras, meditaciones, danzas, drogas, ejercicios físicos, ritos sexuales… sin embargo hay un objetivo común en todos ellos: conseguir centrar nuestra atención de tal modo, que cese el pensamiento.
De igual modo, no se trata de conseguirlo únicamente durante el tiempo que dura la práctica, sino que ha de extenderse poco a poco a la totalidad de nuestra vida.
De nada sirve meditar una hora al día, si no incorporamos ese estado de atención al resto de nuestras actividades. Cualquier cosa que hagamos es una meditación si ponemos en ello atención plena.
Todos hemos experimentado alguna vez un característico estado de paz y alegría interior después de haber estado inmersos en una actividad que necesitaba de nuestros cinco sentidos. Muchos escaladores y otros deportistas de riesgo, reconocen que lo hacen por la sensación placentera que tienen después de practicar su actividad que, debido a la dificultad o el peligro, exigía de ellos la máxima concentración.
Pero para conseguir ese estado de serenidad no es necesario subir al Everest, conducir a 300 kilómetros por hora, ni recluirse en un monasterio a meditar. La paz interior es el resultado de la atención, no tiene nada que ver con la práctica en sí misma.
LA EXPLICACIÓN POR PARTE DE LA NEUROBIOLOGÍA
La neurobiología ha centrado su atención durante los últimos años en el
estudio de la experiencia mística. Desde entonces, cada vez más científicos se han dedicado a la “neuroteología”, el estudio de la neurobiología de la religión y la espiritualidad.
Lo que todas las nuevas investigaciones comparten es una pasión por descubrir las bases neurológicas de las experiencias místicas y espirituales.
En la neuroteología, los neurólogos y psicólogos intentan descubrir qué regiones se activan y desactivan durante la experiencia que parece existir fuera del espacio y del tiempo. De esta forma se diferencia de las investigaciones rudimentarias que se realizaron durante la década de los cincuenta y sesenta que determinaron que las ondas cerebrales cambiaban durante la meditación. Pero esas investigaciones no decían nada acerca de por qué cambiaban las ondas o qué regiones específicas del cerebro eran las responsables de ese cambio. Por otro lado, las investigaciones recientes se basan en tratar de identificar los circuitos cerebrales que tienen mayor actividad durante la experiencia.
En el año 1983, el psicólogo Michael Persinger sugiere que, en efecto, las vivencias religiosas y místicas son debidas a la estimulación espontánea del lóbulo temporal y de sus estructuras límbicas, dado que cuando éste es estimulado por procedimientos electromagnéticos (como hizo él con más de mil personas) se producen una serie de síntomas frecuentes en los estados místicos: impresión de estar fuera del cuerpo, sensaciones vestibulares, como viajar a través del tiempo o del espacio, alucinaciones auditivas tales como voces atribuidas a Dios u otros seres espirituales, alteraciones perceptivas, como luces brillantes, sensaciones de paz, tranquilidad, etc.
Tras esas inducciones electromagnéticas, cada una de las personas del estudio ofreció su interpretación acerca de lo que había visto: los católicos veían a Cristo o a la Virgen María, los musulmanes a Mahoma, los ateos hablaban de extraterrestres o experiencias de iluminación…
El Dr. James Austin, un neurólogo, cree que para tener una experiencia mística y espiritual, ciertos circuitos cerebrales deben ser interrumpidos. Concretamente la actividad en la amígdala, que percibe el ambiente y registra el miedo, los circuitos del lóbulo parietal, que nos orientan en el espacio y marcan distinción entre lo propio y el mundo (dualismo)y los circuitos frontales y temporales, que marcan el tiempo y generan autoconciencia (ego).
Es decir, para que los circuitos neuronales responsables de la experiencia mística puedan activarse es necesario que otros se inhiban: principalmente la actividad del hemisferio izquierdo del cerebro responsable de los juicios y de la concepción dualista del mundo, nuestro sentido del tiempo como pasado y futuro y nuestra imagen de nosotros mismos.
Y eso es justamente lo que conseguimos cuando centramos nuestra atención en el momento presente.
LA VUELTA AL PARAISO
Según decía Schleiermacher en su obra “Sobre la religión”, la esencia de lo místico no consiste ni en pensar ni en obrar, sino en la intuición y en el sentimiento. Es una actitud que se caracteriza por la pasividad “infantil” ante el misterio inefable del Universo.
El antropólogo Lucién Lévy-Bruhl decía que una de las características de la mentalidad del ser humano en sus estadios mas primitivos era precisamente esa pasividad infantil de unión, la “participación mística” con la naturaleza.
Los pueblos primitivos ágrafos apenas tenían desarrollada la parte del cerebro que hoy consideramos analítico-discursiva. D’Aquili afirma que la zona cerebral encargada del lenguaje es la misma que la que opera la concepción dualista del mundo (una de las partes que se inhiben durante la experiencia mística). Por tanto, podemos concluir que para estos primeros seres humanos era relativamente sencillo tener este tipo de experiencias. Su visión del mundo era, desde el punto de vista neurológico, más emocional. Seria algo similar a lo que ocurre en los recién nacidos, durante los primeros dos o tres años de vida no tienen conciencia de separación del cuerpo de la madre, percepción que se va desarrollando al mismo tiempo que la capacidad del lenguaje.
Esta idea, nos inspira una nueva forma de interpretar el mito de Adán y Eva: la vida en el paraíso ilustraría esa participación mística con la naturaleza propia de los pueblos primitivos. Sin embargo, la serpiente (símbolo de la energía de la evolución en toda la cultura oriental: la kundalini), condujo a las personas a comer del árbol del “ reconocimiento del bien y del mal”, es decir, al desarrollo del pensamiento dualista. La propia evolución del cerebro humano nos arrojó del paraíso.
Fue un momento imprescindible para la evolución. La parte analítica de nuestro cerebro nos ha permitido adaptarnos y sobrevivir de una forma totalmente distinta al resto de los seres de la tierra, sin embargo, esa herramienta excepcional ha tomado el poder sobre nosotros de manera que nos identificamos con ella casi exclusivamente. Y es lo que nos impide, la vuelta al paraíso.
ATENCIÓN Y PRESENCIA
El mercado espiritual está lleno de prácticas que nos ofrecen la paz a cambio de disciplina, de comprar este u otro libro, de seguir a un maestro, de ir a determinados países o incluso de elegir cierto tipo de ropa. Seguimos el impulso innato de buscar la unión con el universo, de volver a nuestra esencia originaria y ha sido siempre así a lo largo de la historia, aunque hayamos tratado de buscarla en lugares imposibles: en el amor apegado, en el sexo, el poder, el consumo, las drogas, la religión…
Pero lo que la neurobiología y muchas tradiciones espirituales apuntan, es a que sólo puede conseguirse a través de la atención y la presencia. Por tanto, habría sólo una práctica espiritual enfocada desde múltiples puntos de vista: el yoga busca la presencia desde el reconocimiento del cuerpo energético a través de posturas y movimientos, en el tantra el contacto sexual se realiza a través de la presencia para aunar las energías femenina y masculina, la meditación se basa en la presencia pura desde la observación del pensamiento, los mantras y oraciones desde la vibración verbal… y un infinito etcétera.
El problema de las prácticas es que si se realizan sin comprender su esencia, es fácil que se conviertan en un hábito repetitivo e incluso, contraproducente, ya que todo lo que te aleje de la presencia y de tu propia comprensión es nocivo. De igual modo, la mayoría de las prácticas te ofrecen un “camino de perfeccionamiento”, “una forma de llegar a la iluminación”… eso implica por una lado, que la iluminación o la perfección están en el futuro (recordemos que la capacidad de reconocer el espacio y el tiempo está en una de las zonas cerebrales que debía ser inhibida); y por otro lado, que la perfección y la iluminación están fuera de ti, no forman parte de ti, no son tu propia esencia.
Por tanto, la cuestión no es seguir una práctica o no, sino la actitud y la
consciencia que se tenga. Del mismo modo, la práctica espiritual por excelencia es estar presentes siempre que nos sea posible en nuestra vida. Estar con los cinco sentidos en un lugar, en una situación. Atentos a lo que sucede, a lo que se oye, se huele, a nuestras palabras, a nuestros hábitos, a los pensamientos que tenemos, a las emociones derivadas de esos pensamientos…
La vida es nuestro material. Las prácticas no deberían alejarnos de la vida, sino imbuirnos en ella de una forma más consciente.
Cuando pensamos en el pasado, en el futuro, cuando proyectamos… permanecemos en el ámbito del pensamiento que no es real. Cuando intentamos defender nuestro personaje, nos alejamos de lo real, cuando en lugar de escuchar atentamente a la persona que tenemos enfrente, estamos más ocupados en lo que vamos a decir o en la imagen que queremos dar, no hay realidad, no hay presencia. Cuando no damos lugar a la espontaneidad en una situación porque buscamos que la realidad se amolde a nuestro pensamiento, a lo que queremos o no queremos… nos alejamos del paraíso.
Estos son hábitos de comportamiento que hemos ido adquiriendo desde pequeños, es difícil deshacerse de ellos ya que no conocemos otra forma de estar en el mundo, sin embargo, el trabajo en la presencia nos va ofreciendo la posibilidad, poco a poco, de romper el condicionamiento.
A medida que se practica, los momentos en los que estamos presentes son cada vez más largos, y tras experimentar una nueva dimensión de la realidad plena de belleza y matices que siempre nos habían pasado desapercibidos, encontramos la paz. Nos convertimos en observadores de nuestras vidas: de nuestros pensamientos, emociones… de modo que nada de lo que nos pueda ocurrir consigue alterar ese trasfondo de serenidad.
LA PRÁCTICA DE LA PRESENCIA
Cuando caminamos por la calle, cuando comemos solos, cuando hacemos las tareas domésticas… la mente tiene tal control, que nos mantiene absortos, de modo que no nos fijamos ni en lo que pasa en la calle, ni saboreamos la comida e, incluso, somos capaces de meter el suavizante en la nevera. Nuestros ojos ven, nuestros oídos oyen… pero no somos conscientes de ello porque sólo percibimos nuestro propio diálogo mental. Imágenes del pasado,proyecciones para el futuro y esa eterna vocecilla: “esto me gusta, esto no me gusta, quiero eso, quiero lo otro…”
Estar presente es estar atento. Es conectar los cinco sentidos. Es sentir todo el cuerpo (y no sólo la cabeza) desde dentro. Es observar sin juicio. Observar lo externo y lo interno. La función de la mente es el fluir de pensamientos, no es posible pararlos, el mito de dejar la mente en blanco es sólo sustituir unos pensamientos por otros (el pensamiento del color blanco), pero seguimos estando en el plano mental. La única forma de salirnos es observar lo que pensamos, lo que sentimos, nuestras reacciones, nuestras palabras… porque ¿quién es el observador?, ¿quién siente?, ¿quién percibe?...
La respiración es una de las herramientas más útiles para conectarnos con la presencia. Respira y siente todo tu cuerpo. Observa y escucha con cada una de tus células. Si te despistas y vuelves al pensamiento, no pasa nada, sólo el hecho de darnos cuenta de que no estábamos presentes, es presencia. De ese modo el paseo, la comida o el hecho de lavar los platos se convierten en experiencias totalmente nuevas y fascinantes. Si consigues mantenerlo unos minutos, comprobarás, maravillado, que estás lleno de paz.
Esto se puede realizar como ejercicio a lo largo del día. Sin embargo resulta increíblemente útil para el trabajo con las emociones. Cuando observas una emoción, sin catalogarla, sin ponerle nombre, sin alimentarla con pensamientos del pasado o del futuro, se convierte meramente en una vibración física que termina diluyéndose. Las emociones son energía, si nos dejamos llevar por las imágenes, la emoción se hace más fuerte y eso al mismo tiempo, intensifica el patrón mental, de manera que puedes verte preso de una situación sin saber cómo salir de ahí.
Pero si observamos la emoción sin pensamientos, esa energía puede ser transmutada en serenidad. Cuando aceptamos la emoción y nos entregamos a ella sin juicio de la mente, nos estamos abriendo a una nueva dimensión de nosotros mismos.
De igual modo, a veces proyectamos situaciones en nuestra mente que nos provocan emociones de las que nos alimentamos. El problema no reside en hacer planes en sí mismo (esa es una capacidad de nuestra herramienta mental que podemos aprovechar), sino en regodearnos en las emociones que nos provoca nuestra propia imaginación. Eso nos aleja del momento presente, nos impide reconocer la realidad que sucede mientras imaginamos y nos mantiene presos del círculo pensamiento-emoción produciendo al ego una falsa seguridad.
No hay mayor práctica espiritual que caminar por la vida con plena consciencia, aceptación y presencia. Sólo desde ese lugar es posible reconocer nuestra auténtica naturaleza, el estado más profundo del ser.
martes, 16 de febrero de 2010
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Me ha parecido muy interesante, fanny; me he hecho seguidor, no te digo más!
ResponderEliminarHay un libro que no sé si has leído que yo creo que te va a interesar (hablan entre otras cosas de Persinger y su casco). Se llama "el médico perplejo".
Bueno, señorita, supongo que nos veremos tarde o tenmprano. Que todo vaya bien!!
un beso, felipe
¿Eres tú el Felipe que yo conozco? jeje, no sabía que practicabas yoga. Me ha encantado tu blog!! Gracias por la sugerencia del libro, lo buscaré y muchas gracias por el comentario... me ha hecho muchísima ilusión!! besos y abrazos!!
ResponderEliminarHola Fanny!
ResponderEliminarEnhorabuena por el blog, tiene muy buena pinta :)
El post me ha encantado, es un tema que me flipa desde hace tiempo, así que me apunto la referencia que te ha dado Felipe!
Lo de Adan y Eva me ha hecho dar volteretas! Qué bueno!!!!
y por cierto, esto me ha recordado la relación que se suele establecer entre el "éxtasis" y las crisis epilépticas, como si dicha explicación negase la experiencia mística, cuando lo más sensato sería pensar que ante semejante sensación el cerebro tendría que reaccionar de algún modo! Además, aunque existen diferentes patrones, se suele atribuir al cuerpo calloso, que es la estructura que conecta ambos hemisferios, volvemos a lo mismo...
Un saludo, guapa
Nos vemos el jueves
Sara
Hola Sara!!
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario.
Hay estudios que relacionan los éxtasis de santa teresa con una posible epilepsia del lóbulo temporal derecho, pero muchos cristianos no quieren ni oir a hablar de ello... será que su fe mueve montañas, pero no resiste argumentos científicos??
Hola Fanny.
ResponderEliminarMe encanta tu texto, las explicaciones totalmente argumentadas y el fuerte impulso que das para continuar en este camino.
Un fuerte abrazo.
josepedro